lunes, 2 de diciembre de 2013

Prólogo "La Leyenda del Huargen"

PRÓLOGO

Las salpicaduras de las gélidas aguas del Mar de la Bruma despertaron al joven gilneano, llevaban varios días de viaje pero él apenas se había movido de aquel rincón en la popa del barco. Aún no controlaba su nuevo poder, o maldición, y cada vez que se esforzaba por desplazarse su forma lupina salía a la luz. Pero no era el único de su pueblo decidido a luchar por su forma humana, en las bodegas, un grupo de ancianos de detrás del muro estudiaban los pocos libros que habían podido salvar entre todos en busca de respuestas o antecedentes en los que poder basarse para hacer desaparecer la condena que unos días antes había caído sobre su pueblo.
Sorin mientras observaba desde aquel rincón con horror a sus amigos y conocidos convertidos en bestias peludas más animal que hombre. Nunca olvidaría lo que ocurrió unos días antes:


Cuando despertó en la plaza del mercado de su siesta diaria comprobó con auténtico temor que era el único en aquel punto de Gilneas, vacío ahora como nunca antes él lo había visto. Se levantó y tras un breve momento de duda volvió corriendo al orfanato, recorriendo calles vacías y buscando algún signo de vida, pero al llegar todo lo que encontró fue un cartel clavado en la puerta con el mensaje "Hemos reunido a los refugiados en la catedral". Sorin comenzó a preocuparse pero desde chico había aprendido a no precipitarse en los miedos, así que fue corriendo hacia la catedral que presidía la entrada del pueblo. Al llegar, un joven le abrió la puerta, era rubio, alto para su edad y sus ojos color oscuro se fijaron en Sorin, -pasa- le dijo.
Sorin entró en la catedral y tras recorrer los sinuosos pasillos del edificio se encontró con todas las mujeres y niños del pueblo sentados en el suelo murmurando. Tras buscar un rato encontró a su niñera junto con su grupo de compañeros y les preguntó qué ocurría:
-Los huargen han superado el muro y han entrado en la ciudad -contestó uno con la voz temblorosa-
-¿Y los hombres del poblado?- respondió nuestro joven algo aturdido-
-Han salido a cazarlos, pero por lo que hemos oído son demasiados-
En ese mismo momento un enorme estruendo invadió la monumental sala principal del edificio y cuando Sorin se recuperó del impacto comprobó con verdadero pánico como la cristalera principal, tras el altar, se rompía en pedazos permitiendo la entrada a decenas de Huargen mitad hombre mitad lobo.
El más grande de ellos se detuvo en el altar y, apartando al sacerdote de un manotazo se dirigió a los allí presentes con unas severas palabras "Preparaos para portar la maldición que nos atormenta a mí y a los míos desde siglos atrás". Aquél animal caminaba erguido, pero su pelaje y su hocico, así como los enormes dientes que sobresalían de su boca lo convertían en más bestia que hombre, y su voz, grave como la campana que presidía la estancia , erizó la piel de Sorin y le recorrió toda la espalda.
Lo próximo que recordaba era despertar en el pueblo con el mismo fiero aspecto que aquel terrible espécimen. Cuando preguntó qué ocurría, todo lo que le dijeron es que los Renegados habían tomado Gilneas, que los huargen habían infectado a todo el pueblo que seguía vivo y que los elfos de la noche habían aceptado acogerles.


Y ahí estaba ahora, a unos días de atracar en la capital de los elfos, condenado a existir como un hombre lobo y sin tener nada por lo que vivir o luchar; por eso apenas se podía mover, no soportaba su nueva forma y  no soportaba caminar de ese modo, solo se había mirado una vez al espejo, medía cerca de dos metros, su pelaje era un gris muy oscuro, rozando el negro y sus ojos eran de un color rojizo que resplandecía como si de pequeñas llamas se trataran, donde antes tenía sus manos ahora solo veía unas enormes garras muy afiladas y donde solía tener las piernas ahora tenía unas patas lupinas acabadas en afiladas cuchillas que nacían de su piel. En ese instante, el miedo que su propio cuerpo le inspiraba le hizo encerrarse en sí mismo, en su alma, que parecía lo único puro que aún mantenía.

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